Los recuerdos nos son tan queridos porque pertenecen ya a lo universal, traen en ellos un poco del sabor del Infinito. Lo que, de los acontecimientos de la vida, ha sido percibido por una sensibilidad exterior egoísta y limitada, esto que sufre o se regocija, se borra rápidamente como una nube vana de ilusión. Pero detrás de esta percepción ignorante, a menudo velada por ella, se encuentra la otra, la del alma verdadera que a través de toda cosa comunica con el alma universal y gusta en todo su perfecta felicidad.Esta percepción mora en el fondo de nuestro ser bajo una forma de recuerdo y cuando uno de estos recuerdos surge a la memoria llega revestido con las ropas de oro de esta divina felicidad. Lo que nosotros llamamos –en nuestra ignorante percepción primera– sufrimiento o pena, vuelve embellecido, glorificado, transfigurado, recubierto del vestido de magnificencia que nosotros habíamos llamado bondad o placer; y a veces el esplendor de los primeros recuerdos es más intenso y más vasto aún que aquél de los segundos; la alegría que nos procuran más profunda y más pura. Así poco a poco aprendemos a distinguir entre la realidad de las cosas y la falsa interpretación de nuestros ciegos sentidos.
Por eso los recuerdos son instrumentos tan preciosos, por eso
estos recuerdos nos son tan queridos. En ellos vivimos nuestros primeros minutos de Eternidad.
Del libro: Paroles d’autrofois, de la Madre, pp. 164. Sri Aurobindo Ashram Trust, Pondicherry 1983.
Nota biográfica
Ver en mi web adhara-luz.com Mis fuentes de inspiración
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