domingo, 13 de noviembre de 2016

Realización del alma - Rishabchand




«Concéntrate en el corazón, entra en él; ve hacia adentro, profundamente y lejos, tan lejos como puedas. Recoge todos los hilos de tu consciencia que están esparcidos en el exterior; enrróllalos, y haz una zambullida y sumérgete.
Allí, en la profunda quietud del corazón, está ardiendo un fuego. Es la divinidad en ti, -tu ser verdadero. Oye su voz, sigue sus dictados». LA MADRE

En estas pocas palabras cargadas de significado la Madre compendía la vía más rápidamente efectiva para la realización del ser psíquico (o alma, nota mía). Una sincera e intensa aspiración y una concentración incesante en las profundidades de nuestro ser, que cierre las puertas a la algarabía y los conflictos de nuestros miembros exteriores, es el camino real, el sendero más fácil. Pero ha de ser una aspiración llena de amor y una concentración amorosa y viviente, no un ejercicio rutinario o mecánico, -un progreso gozoso a través de una devoción y una ofrenda de sí constantes. Hay dos cosas que son muy importantes y constituyen una gran ayuda para este progreso: 1. Calma y ecuanimidad, y 2, un creciente y espontáneo descontento con la rutina normal o la vida con sus mezquinos objetivos y pueriles conflictos, sus caminos trillados de ideas estrechas y pensamientos reiterativos, y sus devastadores deseos y reacciones exageradas. Cuanto más nos entregamos a la búsqueda del alma más claramente percibimos como absolutamente tedioso y asfixiante la atmósfera habitual de nuestra existencia centrada en nuestro ego. Y en nuestra búsqueda nuestro anhelo por hallar el alma, avanzamos firmemente, paso a paso, a través del largo y oscuro pasaje de nuestro ser interior, hasta que un día, como dice la Madre, el pasaje se disipa de repente en un esplendor de luz, una puerta se abre de par en par ante una flamígera Presencia, o nos hallamos en un recinto o en un abismo de deslumbrante luz. 

Es una experiencia que no tiene siquiera punto de comparación con ninguna que haya podido tener lugar en nuestra vida ordinaria, con ninguna que ni la mente humana más brillante hubiera podido jamás concebir o imaginar. Es una experiencia en una nueva dimensión del ser, en un insólito éter de existencia. Es una experiencia que cambia la misma sustancia y textura de nuestra consciencia más profunda, y deja una marca indeleble incluso sobre la exterior. Una vez que hemos tenido esta experiencia, aunque sólo haya sido durante un efímero momento, sabemos lo que somos en nuestra esencia  infinitos e inmortales; recibimos, por así decirlo, un bautismo de fuego en esa infinitud y esa inmortalidad luminosas. Y sabemos también, no sólo por el pensamiento o la idea mental, o por el sentimiento o la emoción de nuestro corazón humano, sino por algo mucho más profundo y elemental en nuestro ser, -un sentido íntimo, inmediato, una percepción mística, una luz impalpable, que es la sustancia misma de nuestra consciencia- que no somos realmente las criaturas esforzadas y sufrientes que aparentemente somos. Una pureza inefable, una calma inexpugnable de eternidad nos invaden con su dulzura inefable. Se ha rasgado un velo, una ilusión largo tiempo acariciada se ha disipado para siempre.
Otra experiencia simultánea, a menos que la realización psíquica sea parcial e incompleta, consiste en que las compuertas de nuestro amor y devoción por el Divino se abren de par en par, y sentimos una tensión o atracción extática y exclusiva hacia El. Esta tensión, este giro no tiene mezcla alguna de esfuerzo mental o de impulso vital -es un giro automático, tan natural como el movimiento de rotación del girasol en dirección al sol, pero infinitamente más ardiente. Nuestra alma parece que sólo tiene hambre y sed de El, y sólo reconoce a El como dueño de nuestro ser, como la única razón de nuestra existencia. Hay algo de espontáneo, tan esplendorosamente gozoso en este amor y este don de sí que incluso la aspiración parece disolverse y desaparecer en un rapto mudo de consumación, y todas las fibras de nuestro ser vibran por el éxtasis del toque divino. 

Ref.: Del libro El yoga integral de Sri Aurobindo, parte II. Rishabchand. Sri Aurobindo Ashram, Pondicherry. Traducción: M. Caparrós

Nota biográfica

 No he encontrado  datos sobre Rishabchand, aparte de su vinculación con la vía yóguica de Sri Aurobindo y la Madre y su autoría de varios libros relacionados con esa temática, entre ellos: Sri aurobindo, su vida única, El karma yoga y su indispensabilidad y El yoga integral de Sri Aurobindo.


1 comentario:

  1. Gracias, querida Elma, por este blog, tan extraordinario como tú.
    Gracias por sus textos, sus imágenes, su música, sus mensajes... Sus aportaciones que brotan del Corazón.
    Es un placer y una alegría visitarlo.
    Un cálido abrazo para ti.
    Armonía

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